METAFÍSICA DE UNA INDIVIDUA CORRIENTE (Y, PARA MÁS INRI, SIN EMPLEO Y SOLTERA)
Habrá que continuar
Que seguir respirando
Que soportar la luz
Y maldecir el sueño
Que cocinar sin fe
Fornicar sin pasión
Mas ticar con desgano
Para siempre sin lágrimas .
(Idea Vilariño)
Me río
de todos los que creéis
que podéis ir a más en la vida.
Me río.
¿A más qué? ¿Hacia dónde ?
¿A costa de qué?
¿Y de quién?
(Rakel Raro)
Yo no soy nadie.
Hay un corazón irónico y torturado,
una cuenta corriente en alarmante descenso,
una aspiración a jugar a la supervivencia en días despreciables,
a apurar madrugadas de apuntes, lágrimas y tazas calientes
– hasta arriba de asqueroso edulcorante -;
meses sin derramar versos en cuadernos garabateados
– no, no me ha abandonado la poesía:
lo siento, “queridos”, no os consentiré ese triunfo -,
porque yo estoy sin estar,
me ubico en un espacio idéntico
a la habitación acolchada de un psiquiátrico
– esa mancha negra, esa mancha que se nutre de temores,
que crece cuando lloras y enmudece con pastillas -,
decorada con fotografías en escala de grises
– mi calle, el parque, la oficina del INEM, el supermercado –
y reduciendo mi mundo al aroma de las hojas secas
– este maldito otoño, esta memoria traicionera
que acumula recuerdos:
extraño el levantarme temprano para ganarme el sueldo,
extraño el cariño, tu cariño…
extraño a la niña que era antes -,
a tranquilos paseos con el perro por las aceras,
a repartir mi esperanza en papeles con datos académicos y formativos,
a las pequeñas labores del hogar y al escritorio desordenado
– los libros de poemas, escondidos -,
la agenda con recordatorios sobre temarios inacabados
– detesto, repudio los pasos hacia atrás –
y citas rutinarias, obligadas o nostálgicas.
Y todo esto es nada.
Nada.
Porque yo no soy nadie:
soy un número más,
soy un trozo de carne más,
soy una inútil más.
Porque no tiene sentido la batalla con las manos desnudas,
porque, por muchas lecciones de moral gratuita que nos chillen,
sabemos perfectamente que con la voluntad no basta.
Y, precisamente por eso,
no soy nadie
ni tengo nada:
el precio para escapar del fracaso
es despojarte de la dignidad,
ése que están dispuestos a pagar algunos
por una plaza ficticia en el paraíso de los necios,
y no puedo deshacerme de aquello que me levanta
de la cama de lunes a domingo y que me encomienda a patear
los imprecisos límites de la realidad
hasta que mis nudillos se descarnen
hasta que mis ovarios rabiosos estallen
hasta que mi paciencia agonice en una tumba
aunque conozca el final exacto de esta historia.
ANA PATRICIA MOYA