LA PUNTA DEL ICEBERG, antología coordinada por Nacho Montoto – Tres poemas

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TENGO 15 AÑOS

Lápiz en los párpados, barro en las uñas, sangre en la vagina.
Tengo 15 años y estoy cubierta de miedo y miel.
Me quemo los nudillos de tarde en tarde.
Engullo carne, harina, azúcar, engullo plástico. Aceite coagulado pastando por mi pleura.
Tengo 15 años y la boca hinchada. Soy virgen. No paro de escribir en las paredes, voy dibujándome estrellas en los talones, llaves en los tobillos.
Tengo 15 años, un novio de 4, manchas en los ojos y una ruta favorita de camino al hospital.
15 años, vestido roto, ampollas en los pies, una soga al cuello, miles de tinteros en la garganta, y hambre.
Tengo tanta hambre que muerdo las columnas de cemento, desgarro las manzanas y el algodón, y si te pusieras delante te mordería a ti con tal de machacar algo con las muelas, y llenar mi estómago, y mi diafragma, estrujar algo entre los dedos y que derrame jugo.
Tengo 15 años y alergia al zumo de la fruta. Beso las naranjas sin podar, aún cubiertas de hojas, como augurio de muerte y dolor.

María González

CASUÍSTICA-CINEFILOGENÉTICA

La culpa la tuvo Bette Davis
por dejar que se aprendiera el papel.
Judy por no haberle
pedido el libro de quejas de vuelta a Kansas.
Greta por callarse tan pronto
después de que le enseñaran a sonreír las musarañas.
Vivien por no haberle arrancado a mordiscos la camiseta a Marlon.
Rita por no haberle pegado en la entrepierna antes de ponerse a llorar.
Marilyn por hacernos el amor sin avisar.
Ava por pedir las dos orejas y el rabo.
La culpa la tiene Grace por cambiarse tanto de corona.
Marlene por ser el único hombre de la Paramount.
La culpa es, sin lugar a dudas, de Joan Crawdford
por quejarse sin razón en su silla de ruedas
queriendo sustituir a Bette.

Jesús Leirós

DÍA CERO, FRAGMENTO

No tuve opción.
Los gallos cantaban la muerte en un espectáculo sin fin.
Los niños tiraban de las faltriqueras de sus madres.
La inocencia sólo resultó ser el canto oculto de la moneda.
La mano abierta, el golpe seco.
No hubo ocasión de fingir.
Los hombres estaban esperando la putrefacción de la carne.
Laderas de huesos humillaban sus pies
y eran sonoros los besos en las bocas equivocadas.
Por eso nunca podré ser igual que tú.
El crepúsculo estallaba en mil aullidos.
Los perros formados ladraron sus cadenas
poderosos, conscientes, verdaderos,
lo seríamos siempre en otro tiempo
aquí hay un cementerio fijo, constante, extendido ante mis ojos.
Y a fin de cuentas, el fin. No somos tan diferentes.

Estefanía Cabello