Mil gracias.
Ana Patricia Moya
FILIA RECONOCIBLE
Percibes mi particular aroma a esencia de canela;
paladeas mis hombros y tus dedos se impregnan de mí.
Yo me pregunto a qué sabes, e investigo tu piel,
curiosa, como un niño jugando al escondite;
me consagro con calma a tu cuerpo semidesnudo:
las horas transcurren repasando toda tu geografía
de surcos, simas y lagos; mi lengua, mis dientes
anhelan reconocer como territorio propio
tu nuca, tus muslos, tus tobillos. Y aún embriagada de ti,
mi interior corrobora, con resignación,
la jodida respuesta, esa misma que se repite en un bucle infinito.
La madrugada anuncia la despedida definitiva.
Sí. Es lo de siempre. Qué aburrida estoy. Lo de siempre.
De nuevo, el sabor a decepción.
NUNCA
Sin pulso firme
descarno
la agonía
en pedazos.
Yo no soy poeta:
yo violo a mi angustia
hasta que mis dedos tiemblen
en el borde del abismo.
(Poemas de «Píldoras de papel», en prensa).
MI DIOS ES MUJER Y VIVE EN MI CASA
La receta casera es simple:
con los dedos salpicados de ternura,
surge el inconfundible y sublime sabor
a cariño. Las croquetas de mi madre
son la perfección absoluta. Soy cómplice
de ese cotidiano ritual en el que prepara
la masa, el pan rallado, el huevo
y, como experta ingeniera en labores,
crea sus artesanas obras de arte.
Sí. Mamá es una gran artista. No yo.
No hay mérito en vomitar palabras
que disparan metáforas tramposas
y limpian la conciencia;
el honor de proteger / mimar a su prole
a base de gestos (los chistes, los reproches,
la ropa planchada, las incursiones al supermercado,
los abrazos, las confidencias)
la convierten en la mejor poeta de todos los tiempos habidos y por haber
(que me perdonen desde arriba la Plath, la Sexton y la Pizarnik),
capaz de transformar lo más sencillo
en la demostración de amor más hermosa.
Porque si las descendientes de Eva fueran como mi madre,
yo sería un p o q u i t o menos misógina.
(Poema de «Yo soy lo que dicen mis manos», poemario inédito).
ESTIERCOL
Me parece perfecto, poeta laureado,
que comprometas tu talento al bien común,
que dispares certeros poemas contra la pesadumbre
que azota sin compasión este cadáver de sociedad
insisto, me parece perfecto,
aclamado poeta por el público y la crítica,
con miles de seguidores en las redes sociales,
que pretendas aniquilar, con tu voz única y especial,
la escoria que desborda este planeta abandonado,
aunque deberías primero barrer toda la mierda
que se acumula peligrosamente en tu ombligo
y en tu íntimo círculo de colegas simpatizantes,
sólo así, podrás jugar a ser revolucionario, “poeta”.
(Poema de «Tundra», poemario inédito)
Imágenes: fotografías de Chen Wei.
LA PUTA MANIA DE VALORARSE MÁS CON ESTE INSTINTO DE PERRA ASTUTA QUE HA ARRAIGADO – HASTA LA MÉDULA – EN MÍ “GRACIAS” A VOSOTROS, HOMBRES GRISES Y MUJERES AZULES
“Mi cuerpo es una lista de heridas
colocadas simétricamente”.
(Adrienne Rich)
“La soltera se afana en quehacer de ceniza,
en labores sin mérito y sin fruto
y a la hora en que los deudos se congregan
alrededor del fuego, del relato,
se escucha el alarido
de una mujer que grita en un páramo inmenso
en el que cada peña, cada tronco
carcomido de incendios, cada rama
retorcida es un juez
o es un testigo sin misericordia”.
(Rosario Castellanos)
Si sabes, más que de sobra, que resguardo toda esta amargura
que me arrasa las mejillas en incontables madrugadas,
¿para qué preguntar si todo está perfecto?
[Soy una farsante. Lo sé].
Conocemos las respuestas. Nos conocemos demasiado:
tú finges conmigo porque no quieres te asusta cruzar la línea
– habiendo miles de individuos e individuas desamparados,
repartidos estratégicamente por este planeta:
¿por qué yo, por proximidad, por pereza, por aburrimiento? –
y yo soy una insoportable coleccionista de heridas
[este pasado de hombres y mujeres desleales que profanan mi corazón],
sin remedio
ni tampoco necesito que alguien me rescate de esta soledad;
porque tú no eres un superhéroe
(por dentro eres el peor de los villanos: y lo sabes)
ni sabes construir poemas sin palabras
(porque las palabras son humo en boca de los poetas
y yo detesto a los poetas, con todo mi estómago)
y yo, soy una vulgar princesa con manos expertas en usar estropajo,
doloridas por cargar con las bolsas del supermercado,
sin nada que ofrecerte.
ANA PATRICIA MOYA
Más poemas en Revista El Humo: http://www.revistaelhumo.com/2015/07/ana-patricia-moya.html
Imágenes: óleos de Frida Kahlo.
INCAPAZ
Tus ojos transparentes lo ruegan:
un abrazo infinito que te ampare
de este perpetuo invierno
y sus huérfanos de costillas vacías,
ese gesto de ternura que te auxilie,
naufraga hambrienta, de los restos
del fracaso que nos maltrata,
buscas una isla que bese tus pies,
y me encuentras inhóspita, muda;
y me quedo con las ganas
por miedo a no encontrar[te]
las palabras precisas exactas para cerrar la cicatriz,
por miedo a romper[te]
con estas manos impotentes y torpes.
[DES]ORIENTACIÓN
Acudir, trimestralmente, a la oficina
de los pastores ciegos; esperar, con paciencia,
a que tu nombre y apellidos aparezcan
en la pantalla; caminar hacia las mesas
y tolerar el silencio, la ignorancia, el desprecio
-escudriñan la desesperación
en tus ojos de borrego-;
pretenden guiar a este ganado que entra y sale
-no hay prestaciones, no hay ofertas de empleo, ni cursos-
y son inmunes a los dramas de los próximos turnos,
a la desilusión pintada en los rostros,
somos ovejas sumisas que se marean inútilmente
en este redil claustrofóbico
somos los que estamos condenados al hogar-matadero
-apreciar como los días desquebrajan las paredes
hasta que su peso nos aplasta-
los que no regresan con esperanzas en el bolsillo.
ANA PATRICIA MOYA
Imágenes: Mikael Aldo (superior) y Heidi Taillefer (inferior).
PESTE
Qué autoridad poseo
si no hay publicaciones o méritos
que me avalen
si no soy miembro de una élite
ni tengo la bendición del maestro
ni tampoco un cargo relevante
si mis amigos íntimos no tienen oficio de creador
si mi universo gira en torno a la épica
del pluriempleo, de las ofertas del supermercado
y el penetrante olor del amoniaco de entre mis dedos
si escribo sobre la inmundicia humana,
las rutinas domésticas, el puto [des]amor
y la ausencia de seguridad
-de lo que me da la real gana, en suma-
qué autoridad poseo yo para cuestionar la poesía
de los representantes de la\su verdad absoluta,
de los señalados que redactan versos acorde
a las exigencias del contrato editorial o a las modas
quién coño soy yo para contradecirlos
yo
que no soy nadie
tan sólo soy
una piedra
en sus zapatos lustrosos.
ANA PATRICIA MOYA
Imagen: Audrey Kawasaki
SIMPLE
Sé consecuente:
tu vida es un puzzle inacabado
de miles de piezas,
si buscas lealtad
recurre a la pieza de los amigos nobles,
si anhelas fidelidad
adopta un perro o un gato,
si requieres pasión y cariño
localiza la del amante siempre disponible
[¿la del amor verdadero?
cuando la encuentre quemaré
todos mis cuadernos de poemas]
y siempre faltará algo, o alguien:
no pretendas encajar una pieza cualquiera
sin bordes para sentirte completo
es una tarea abocada al fracaso.
Resígnate a ser imperfecto:
resígnate a ser [in]feliz.
ANA PATRICIA MOYA
Imagen: Victoria Duarte
Extrae tu corazón
-sin delicadeza-
mantenlo entre tus manos ingenuas,
aprecia cuánta belleza en bruto
-la porquería de(l) existir
en cada sístole \ diástole-
y cuando termines de observar,
ocúltalo en su hueco
protégelo: es tu punto débil
(lo que te hace fuerte)
y jamás te permitas
jamás
despreciar o ignorar su ritmo
porque de ahí brota la pureza
el poema desnudo.
ANA PATRICIA MOYA
Imagen: Patrick Bremer
“¡Vaya tía petarda!”: eso piensa el muchacho que escucha, desmotivado, los poemas de aquella elegante mujer. El novel se aburre: es lógico, no es su estilo. Él va de innovador, de auténtico transgresor: lo que declama con parsimonia aquella mujer de intachable reputación estaba desfasado, fuera de lugar; “¡joder con los dinosaurios de la poesía, que sólo escriben sobre las mismas cursiladas!”, critica para sus adentros. Al concluir la señora, se cede el turno de aquel que había nacido para demostrar que las cosas habían cambiado; se levanta, muy digno, y se coloca frente al estrado; abre su poemario de reciente publicación y empieza a soltar, según los pensamientos de la experimentada poeta que prefiere permanecer en la sala por educación, “nada más que groserías y zafiedades”. De su boca, versos en voz muy alta que reafirman su condición de maldito y profeta de medio pelo – “angustia existencial”, “sociedad injusta”, “mi fracaso es el éxito”, “mi ombligo es la salvación”, etc -; “vaya futuro más negro le espera a la lírica con semejantes inútiles”, murmura, anonadada, la artista casi cuarentona. La promesa joven de la poesía concluye su diatriba y así finaliza el ciclo de recitales; se reúnen los participantes para intercambiar impresiones y al final optan por almorzar en un restaurante cercano. Casualidades de la vida: quedan sentados juntos. No se dirigen la palabra; se lanzan miradas furtivas, cargadas de desprecio; él no puede creer que ella tenga un importante premio nacional y ella considera paranoicas las críticas favorables y exageradas las alabanzas a su obra temprana. Transcurren las horas, la reunión de poetas de ambas generaciones continúa amenizándose; la noche se instala en aquel antro postmoderno donde las lenguas se desinhiben con el alcohol, y del odio al deseo, un paso: él y ella se trasladaron al hotel para follar, con urgencia. Ni juventud, ni experiencia: no hay poema más eterno que el de la carne. En la madrugada, ella partirá hacia la estación de tren, relajada, deseando llegar al hogar para escribir sus artículos semanales sobre el rumbo erróneo de la poesía contemporánea, y quizás algunos versos – con rimas – sobre un torpe chaval al que rechazó por carecer de madurez; él volverá a casa de sus padres, excitado, desayunará tostadas con café y luego, como un loco, buscará su ordenador portátil en su habitación caótica para relatar la anécdota y así presumir de que se había hecho el amor con un fraude. Los poetas prefieren enfermar de orgullo y no admitir que la poesía no entiende ni de pasado, ni de presente, ni de futuro: es eterna, tan eterna como esas pieles resbalando entre sí, sin cuestionarse nada más que sentirse, como las de esos dos que chocaron hasta rendirse a la evidencia del orgasmo compartido.
ANA PATRICIA MOYA
Imagen: Serge Gay Jr.
EPIFANÍA
No me reconozco
soy la impostora que deposita
su confianza en un billete de lotería
no se trata de la desconfianza hacia mi amor propio,
es que ya agoté todas las posibilidades.
CACHORRO
El perro celebra mis regresos
aullando, reclamando afecto con entusiasmo
sus patas traviesas y torpes causan estragos
por el pasillo, el comedor, la cocina;
yo le riño, pero el animalito agacha las orejas
y con su mirada de puro amor anulan todos mis castigos
-sí, vale, soy muy blanda-
toma el sol en la terraza
cuando está agotado de explorar el mundo
y lo observo, con envidia:
la felicidad absoluta en dos platos llenos,
sus juguetes mordisqueados y una correa
y yo soy la egoísta que no sabe conformarse
con lo que [no] tiene.
ANA PATRICIA MOYA
IMÁGENES: Drew Young, Caleb Brown.
Como todas las madrugadas, de lunes a viernes, me traslado, puntual, en las alcantarillas que me han asignado para limpiar a fondo. Bajo las escaleras, cargado con mis utensilios, e inspecciono, con detenimiento, el túnel: tengo que recoger toda la basura acumulada del fin de semana para evitar que se saturen los conductos subterráneos. Mi compañero, en la superficie, me indica por radio que se encargará de la parte norte, que estaré solo en el sector sur durante un rato, aunque pronto llegará otro camión con refuerzos pues el fin de semana pasado se celebraron las fiestas populares de la localidad y eso, obviamente, es sinónimo de muchos, muchísimos desechos. Adaptado a la semipenumbra, a la presencia de ratas y demás fauna de cloaca, pero no al hedor insoportable que me obliga a usar mascarilla, me coloco los guantes y procedo a trabajar en los canales de agua residual; sólo se percibe el eco de mis botas chapoteando; con mi rastrillo, me afano en retirar restos de comida, cajas de cartón, cascos de botellas rotas, condones usados y demás porquería, consecuencias de la falta de civismo. Mientras ejecuto mi tarea, algo llama mi atención: diviso una bolsa, bastante grande, que la débil corriente arrastra hacia mí; la recojo, y sí, pesa, tiene salpicaduras de sangre seca. Para descubrir lo que hay en su interior, la rasgo, pero sin romperla del todo, y me encuentro con un feto humano. Examino bien aquel pequeño cuerpo sin vida. Podría tratarse del fruto de una pasión inconsciente, muy propia de adolescentes con el cerebro entre las piernas, o un hijo no deseado para unos padres sin recursos, o también un aborto de una clínica clandestina de esas que proliferan por el asuntillo de la polémica ley reformada. No lo sé. Mejor no especular con este trozo de carne, a punto de descomponerse tal y como sugiere su aspecto, y por el que ya no se puede hacer absolutamente nada. Me percato de que tiene en su cuello una bonita cadena, parece ser de plata; medito unos instantes para decidir qué hacer con el hallazgo. Al final, arranco la cadenita y me la guardo en uno de los bolsillos de mi mono de trabajo; envuelvo el cadáver con la misma bolsa, y lo arrojo a la corriente turbia; poco a poco, se va alejando, hasta desaparecer de mi vista. ¿Insensible? Quizás. Gajes del oficio. Conozco al ser humano: es capaz de ensuciar la vida de todas las formas posibles. Somos así de penosos. Estoy acostumbrado a la miseria del hombre y a su mierda. No hace falta descender a este infierno nauseabundo de restos para darse cuenta de lo asquerosos que somos. En fin. Mejor prosigo con mi labor. Luego veré, en la hora del bocadillo, cuánto me pueden dar por esta cadena plateada.
(Este relato es un homenaje al maestro Yoshihiro Tatsumi).
ANA PATRICIA MOYA
Imagen: Heidi Taillefer.
NO BROTA LA ESPERANZA POR EL ÚLTIMO RESQUICIO (CRÓNICA DEL 16 DE JUNIO DEL 2013)
Mi padre envejece:
borra la enfermedad de la rutina
con medicación
-de todo tipo-
sus manos (ásperas) ya no son útiles.
Mi madre envejece:
arrugas, trece pastillas diarias, desorientada,
busca refugio en nuestra infancia,
cuando todo era más fácil
(Dios nos escupe, mamá:
no reces).
Mis hermanas envejecen:
una se esclaviza por un (inexistente) sueldo,
la otra protagoniza la gran tragedia moderna
la hipoteca
la sombra del desempleo
duermen sin certezas,
sin sueños.
Mi perro envejece:
está flaco,
no reconoce mi olor.
Y yo,
con ellos,
muero
un poco
cada amanecer
me seduce el borde de la ventana
otra vez
el asfalto \ la nausea
la desazón
el abismo
el credo de mi adolescencia
otra vez
sin trabajo
sin ilusiones
sin confianza
sin ti.
ANA PATRICIA MOYA
Imagen: Yung Cheng Li.
APUESTOS PRÍNCIPES, TIERNAS PRINCESAS (FALSIFICADORES DE TÍTULOS REALES PARA IMPRESIONARME; PERO MI INSTINTO, INTACTO, ES INFALIBLE, Y HA SUPERADO TRAUMAS MADE IN DISNEY)
Si ni un sólo abrazo vuestro
no absorbe toda esta tristeza
sois impostores
sois errores necesarios.
ANA PATRICIA MOYA
(Imagen: fotografía de Ángel Muñoz).