UN RELATO EN REVISTA LITERARIA VISOR (NÚMERO CINCO)

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APARIENCIA

El marido se levanta temprano: tiene una importante entrevista de trabajo. Su mujer, entusiasta, le anima; si le contratan en la empresa, su existencia cambiaría radicalmente: podrían afrontar la hipoteca, las deudas que se amontonan en el buzón, incluso mudarse a un piso más grande que el suyo y en el que se encontraba hacinada la familia. Él, más pragmático, prefiere no ilusionarse, es consciente de que con cincuenta y tantos, en la situación del mercado laboral, no se propicia el reclutamiento de personas con tanta edad y experiencia. Dos años y medio en el paro marcan, pero tal y como le recuerda su esposa mientras saca del armario un elegante traje de chaqueta con corbata que sólo se utiliza para eventos importantes, tales como bodas o comuniones: hay que resistir, agarrarse a la oportunidad como si se tratara de un clavo ardiendo, que el subsidio se agota, y que sea lo que Dios quiera. La abuela despierta a los críos, quejumbrosos por el escaso desayuno (un vaso de leche y unas galletas) y la falta de ganas de asistir a la escuela. Le piden a la madre dinero para el almuerzo del recreo, y como hasta el viernes no entra nada en la casa, los ilusiona con el bocadillo de jamón serrano más grande que jamás hayan visto, con su buen aceite de oliva y su tomate, para que presuman en el patio del colegio frente a los maleducados que se ríen de ellos, con sus crueles: “¡son unos niños pobres, son unos niños pobres!”. Se marcha el padre con sus hijos; el abuelo sigue roncando profundamente desde la litera; la suegra, aplicada, limpia los baños mientras la madre recoge la cocina y el comedor. Al finalizar las tareas domésticas, la abuela, antes de marcharse a la residencia para jugar a las cartas o al bingo con sus amigas, entrega a la madre un sobre con billetes para ir al mercado. La señora resguarda el sobre en el bolso, agarra el carrito de la compra e introduce una bolsa de basura, enorme, en su interior, con cuidado de que la abuela o el abuelo, recién levantado para tomar su vermú en el bar de la esquina y preparado para una interminable partida de dominó, la pillen. Sale a la calle, apresurada, rumbo a uno de sus sitios favoritos; entra en el edificio, se refugia en los aseos, extrae del carrito la bolsa negra y, de la misma, un abrigo de piel de zorro auténtico y un collar de perlas auténtico, herencias de la madre, que Dios la tenga en su gloria; maquillaje de marca y perfume caro, detalles valiosos del marido por aniversario de boda. Se arregla, a conciencia; coloca un papel de “averiado” en la puerta del aseo para esconder el carrito, y se pasea por el Corte Inglés, con su disfraz de mujer de alta alcurnia, recorriendo los pasillos, con la cabeza bien alta, apreciando el género, las ofertas, charlando con las clientas o las dependientas. Cuando llega la hora de recogerse, la mujer vuelve al cuarto de baño para transformarse en maruja de clase obrera. Con discreción para que los guardias de seguridad no descubran su secretillo, sale del centro comercial, rumbo al mercado del barrio, para aprovechar los buenos precios del pescado fresco o la fruta a granel. Le urge terminar pronto porque espera una llamada de teléfono para exigir sus servicios como limpiadora a domicilio, trabajo que hace algunas tardes para sacarse un jornal de cuantía poco elevada, pero suficiente para complementar la ayuda por desempleo.

Ni el padre, ni los niños, ni los abuelos saben en qué se entretiene la madre algunas mañanas; nadie sospecha qué hace esa mujer risueña que se divierte con las visitas a esos grandes almacenes para jugar a las damas distinguidas; porque ella no pierde la esperanza, porque sabe que algún día, y no muy lejano, la suerte se volcará con su familia, y podrá ir a comprar al Corte Inglés las veces que le plazca, y siempre se presentará allí agarrada al brazo de su santo esposo y acompañada de sus hijos, con su abrigo de visón que olerá a Christian Dior, exhibiendo sus joyas doradas de diseño italiano, luciendo una amplia sonrisa que demuestre con honestidad al mundo que no sólo es una señora en apariencia: la clase se lleva por dentro, y ella, que insufla valor a su esposo para que no decaiga, que se sacrifica para alimentar a sus vástagos, que auxilia a sus mayores con todo el cariño y que conoce la humildad absoluta, lo sabe. Lo sabe. Mejor que nadie.

ANA PATRICIA MOYA

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LAS VÉRTEBRAS DE LA TUNDRA (CUATRO POEMAS INÉDITOS) – II PREMIO DE POESÍA LITTERATURA

dino valls

I

LA LISTA DE LA COMPRA

Examino el frigorífico:

                                                              nada.

Una metáfora burlona
de mi existencia

otra vez,
mi cartera y mi cama igual de vacías,

otra vez,
la ilusión congelada.

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II

SÍNTOMAS

Levantarse temprano,
tomarse una taza de leche templada,

pensar en comerte el mundo
a fieros bocados,

hasta que el temor entumece tu cuerpo
que acaba refugiándose en el colchón,

no hacer nada

                             ¿para qué?

A veces, los obstáculos son reales

y es imposible derribarlos
por mucho que perseveres.

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III

CORAJE

Impotencia es
mordisquearte los puños
para contener las ganas de golpear
al que decora tu pecho con cicatrices

es resignarse a ser un espectador
atado con una cadena a la butaca
y que contempla el desmembramiento
de su propia voluntad en la pantalla

es pugnar contra ese muro inquebrantable
y sólo contar con dos manos
desnudas, anónimas, frágiles

                      desnutridas de esperanza,

                       que aún insisten en luchar.

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IV

ARROJANDO, RABIOSA, LOS GUANTES DE BOXEO [DESGASTADOS] AL SUELO \ ME JUBILO OFICIALMENTE COMO PUGIL POR AGOTAMIENTO

Qué sentido tiene darlo todo

ser una misma

la decepción se arrincona en el pecho
            le brotan raíces

que retirarse era acto impropio y ahora necesario

para qué desear lo que nunca tendré
por mucho que insista

arrodillarme sin remedio
al aislamiento
o vomitar sobre esa raza de hombres y mujeres
que nacieron para derrocar todas las esperanzas.

ANA PATRICIA MOYA

(II Premio del Concurso de Poesía Litteratura)

Ilustraciones: Dino Valls.

UN POEMA INÉDITO

la pelona

LA PUTA MANIA DE VALORARSE MÁS CON ESTE INSTINTO DE PERRA ASTUTA QUE HA ARRAIGADO – HASTA LA MÉDULA – EN MÍ “GRACIAS” A VOSOTROS, HOMBRES GRISES Y MUJERES AZULES

 

“Mi cuerpo es una lista       de heridas

colocadas simétricamente”.

(Adrienne Rich)

 

“La soltera se afana en quehacer de ceniza,

en labores sin mérito y sin fruto

y a la hora en que los deudos se congregan

alrededor del fuego, del relato,

se escucha el alarido

de una mujer que grita en un páramo inmenso

en el que cada peña, cada tronco

carcomido de incendios, cada rama

retorcida es un juez

o es un testigo sin misericordia”.

(Rosario Castellanos)

 

Si sabes, más que de sobra, que resguardo toda esta amargura

que me arrasa las mejillas en incontables madrugadas,

¿para qué preguntar si todo está perfecto?

 

[Soy una farsante. Lo sé].

 

Conocemos las respuestas. Nos conocemos demasiado:

tú finges conmigo porque no quieres                te asusta cruzar la línea

– habiendo miles de individuos e individuas desamparados,

repartidos estratégicamente por este planeta:

¿por qué yo,            por proximidad,   por pereza,   por aburrimiento? –

y yo soy una insoportable coleccionista de heridas

[este pasado de hombres y mujeres desleales que profanan mi corazón],

sin remedio

ni tampoco necesito que alguien me rescate               de esta soledad;

 

porque tú no eres un superhéroe

(por dentro eres el peor de los villanos: y lo sabes)

ni sabes construir poemas                       sin palabras

(porque las palabras son humo en boca de los poetas

y yo detesto a los poetas, con todo mi estómago)

y yo, soy una vulgar princesa con manos expertas en usar estropajo,

doloridas por cargar con las bolsas del supermercado,

 

 

 

 

sin nada que ofrecerte.

ANA PATRICIA MOYA

lo que me dio el agua

Más poemas en Revista El Humo: http://www.revistaelhumo.com/2015/07/ana-patricia-moya.html

Imágenes: óleos de Frida Kahlo.

UN POEMA EN REVISTA «LARARA»

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METAFÍSICA DE UNA INDIVIDUA CORRIENTE (Y, PARA MÁS INRI, SIN EMPLEO Y SOLTERA)

Habrá que continuar
Que seguir respirando
Que soportar la luz
Y maldecir el sueño
Que cocinar sin fe
Fornicar sin pasión
Mas ticar con desgano
Para siempre sin lágrimas .

(Idea Vilariño)

Me río
de todos los que creéis
que podéis ir a más en la vida.
Me río.
¿A más qué? ¿Hacia dónde ?
¿A costa de qué?
¿Y de quién?

(Rakel Raro)

Yo no soy nadie.

 

Hay un corazón irónico y torturado,

una cuenta corriente en alarmante descenso,

una aspiración a jugar a la supervivencia en días despreciables,

a apurar madrugadas de apuntes, lágrimas y tazas calientes

– hasta arriba de asqueroso edulcorante -;

meses sin derramar versos en cuadernos garabateados

– no, no me ha abandonado la poesía:

lo siento, “queridos”, no os consentiré ese triunfo -,

porque yo estoy sin estar,

 

me ubico en un espacio idéntico

a la habitación acolchada de un psiquiátrico

– esa mancha negra, esa mancha que se nutre de temores,

que crece cuando lloras y enmudece con pastillas -,

decorada con fotografías en escala de grises

– mi calle, el parque, la oficina del INEM, el supermercado –

y reduciendo mi mundo al aroma de las hojas secas

– este maldito otoño, esta memoria traicionera

que acumula recuerdos:

extraño el levantarme temprano para ganarme el sueldo,

extraño el cariño, tu cariño…

extraño a la niña que era antes -,

a tranquilos paseos con el perro por las aceras,

a repartir mi esperanza en papeles con datos académicos y formativos,

a las pequeñas labores del hogar y al escritorio desordenado

– los libros de poemas, escondidos -,

la agenda con recordatorios sobre temarios inacabados

– detesto, repudio los pasos hacia atrás –

y citas rutinarias, obligadas o nostálgicas.

 

Y todo esto es nada.

 

Nada.

 

Porque yo no soy nadie:

soy un número más,

soy un trozo de carne más,

soy una inútil más.

 

Porque no tiene sentido la batalla con las manos desnudas,

porque, por muchas lecciones de moral gratuita que nos chillen,

sabemos perfectamente que con la voluntad no basta.

 

Y, precisamente por eso,

no soy nadie

ni tengo nada:

 

el precio para escapar del fracaso

es despojarte de la dignidad,

ése que están dispuestos a pagar algunos

por una plaza ficticia en el paraíso de los necios,

 

y no puedo deshacerme de aquello que me levanta

de la cama de lunes a domingo y que me encomienda a patear

los imprecisos límites de la realidad

 

hasta que mis nudillos se descarnen

hasta que mis ovarios rabiosos estallen

hasta que mi paciencia agonice en una tumba

 

aunque conozca el final exacto de esta historia.

 

ANA PATRICIA MOYA